01 - Corazón Salvaje.
La tormenta de octubre ruge sobre el inquieto Mar de las Antillas... Es de noche, y las ráfagas de un viento huracanado hacen estrellarse contra los acantilados de rocas las olas gigantescas, que caen luego, en hirviente manto de espuma, bajo el azote de la lluvia.;. Negro está el cielo; y la tierra, como sobrecogida. Es la costa brava que se abre, primero en pequeñas ensenadas, en playones estrechos, y luego, unos pocos metros más allá, se convierte en selva espesa... Tierra antillana sobre la que ondea la bandera de Francia... Un barco entra en el puerto de Saint-Pierre, a despecho de los elementos desencadenados... y uniéndose al concierto del viento y de las olas, la salva de honor de veintiún cañonazos le saluda desde el fuerte de San Honorato...AI mismo tiempo que la fragata, que ya se acoge a la rada de Saint-Pierre, un pequeño bote desvencijado ha ganado milagrosamente la arena de una diminuta playa próxima a la ciudad, y su único tripulante salta, metiéndose en el agua hasta la cintura, para arrastrar el frágil cayuco, librándolo de la furia renovada de los elementos...
02 - Mónica.
—¡ANA... ANA! —llama Aimée con impaciencia—: ¡Ana... ¡
—Aquí estoy, señora Aimée, ya llego... corriendo llego...
—¿Corriendo? Hace tres horas que te envié. Si te parece, podías haber tardado más.
—¡Ay!, señora Aimée, si es que el señor Renato me mandó a una cosa y tuve que hacerla.
—¿Renato? ¿A qué te mandó Renato?
—A que acompañara a la señorita Mónica a su cuarto y a que le dijera a la señora Catalina que la señorita no se encon¬traba bien. El señor me mandó que hiciera eso y tuve que hacerlo.
—Naturalmente... olvidando por completo mis encargos, sabiendo que estoy aquí muriendo de impaciencia, esperando que llegues... Habla pronto. ¿Pudiste ver a Juan... hablar con él?
—No, señora, el señor Juan dejó al notario con la palabra en la boca, cogió un caballo y se fue...
—¿A dónde?-¿Qué rumbo tomó? ¿No te fijaste?
—No, señora, con la boca abierta me quedé mirando al caballo correr. Y cuando venía para acá a contárselo a usted, ¡zas!, el niño Renato que me llama y yo que tengo que acompañar a la señorita Mónica, que tampoco me dejó que entrara a su cuarto ni que le dijera nada a doña Catalina.
03 - Juan del Diablo."Con la formal promesa de tomar los hábitos, profesando en el Convento de las Siervas del Verbo Encarnado, tan pronto sea otorgada la nulidad del lazo matrimonial" —ha leído Renato. Y con extrañeza, pregunta a su madre—: Pero, ¿qué es esto? ¿Quieres explicarme, madre?—Se explica por sí mismo, Renato. Sólo he querido darte cuenta para que te tranquilizaras. Mónica ha encontrado, por este medio, la solución de sus problemas. Esta es la copia de su súplica al Santo Padre, y ya dejamos, por petición suya, el original debidamente firmado, en manos de la autoridad eclesiástica que se encargará de remitirlo al Vaticano. Desesperado, trémulo, a punto de estallar, estruja Renato en su mano crispada la copia de aquel documento que su madre acaba de darle a leer, como aplicando un remedio heroico a su alma enferma. Están en la amplia y destartalada biblioteca donde Renato se ha encerrado a solas durante todo el día. Sobre la mesa más cercana están los restos de una botella de coñac que bebiera a solas, sorbo a sorbo, luchando por romper el círculo de angustia que le rodea, cerrándose más y más a cada instante.
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